prelude. through the valley

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


26 de septiembre de 2013
TALLAHASSEE, FLORIDA

Liz recogió el último papel que quedaba sobre una de las mesas de la clase, mirándolo por encima. Era una redacción sobre la literatura del siglo XX de Andrea, una de sus alumnas del último año. Aún no la conocía demasiado bien ―ni a ella ni a ningún otro estudiante de ese curso― porque era la primera vez que le daba clase, pero parecía que la muchacha controlaba bien el hacer redacciones.

 Dio varios golpecitos al taco de folios sobre la mesa para colocarlos y regresó al escritorio del profesor. Guardó todas las redacciones en su bolsa y miró el reloj que colgaba de la pared justo encima de la pizarra. Aún no eran las tres.

 Se colgó el bolso de un hombro y sonrió. Ese día, Liz estaba de buen humor. Para su suerte, no tenía que quedarse en el colegio un rato más, por lo que podría marcharse a casa cuanto antes. Aquel había sido el primer día de clases para Lily y quería saber qué tal le había ido.

 Un poco perdida en sus pensamientos, abandonó el aula, cerrando la puerta con llave antes de irse. El pasillo estaba desierto, no como hacía tan solo unos minutos, cuando una marabunta de estudiantes de todas las edades había estado allí, todos dirigiéndose a la puerta de salida, deseando de regresar a sus casas.

 Liz pasó primero por la sala de profesores, donde había dejado los exámenes de sus alumnos de tercer curso, que tendrían que hacerlo dentro de dos semanas. Aún quedaba bastante tiempo hasta que llegara la fecha señalada, pero le gustaba tenerlo todo controlado. Siempre podía surgir un imprevisto, por lo que teniendo los exámenes hechos se ahorraba las sorpresas.

 Al llegar a la sala de profesores, se encontró con uno de los nuevos. Si no se equivocaba, su nombre era Jeffrey y enseñaba matemáticas, pero no estaba segura pues no habían hablado demasiado. Apenas habían tenido la oportunidad de coincidir por sus horarios, y al ser de departamentos diferentes, ni siquiera se veían en las reuniones.

 ―Buenas tardes ―saludó Liz.

 ―Buenas tardes ―respondió el llamado Jeffrey, que estaba comiendo unas galletas integrales mientras leía el periódico. No había nadie más en la sala.

 Liz se acercó a las taquillas y abrió la suya, sacando de ella los exámenes antes de volver a cerrarla y poner el código. Jeffrey resopló.

 ―¿Has visto las noticias? Dicen que los hospitales están a rebosar ―comentó, en un esfuerzo por sacar conversación.

 ―Sí, algo me ha parecido oír. Creo que es un virus que viene del sur ―asintió Liz mientras metía los exámenes en su bolsa. El profesor de matemáticas le tendió el periódico a la vez que se ajustaba la gafas, que se le resbalaban constantemente por el puente de la nariz.

 ―Los que se contagian se vuelven agresivos. Mira, ahí dice que una mujer mató a su marido y a tres personas más.

 Liz se pasó un mechón de cabello pelirrojo detrás de la oreja y observó la noticia que aparecía en la portada del periódico, que decía que los cultivos estaban contaminados por un hongo y era lo que estaba causando la infección. Liz frunció el ceño.

 ―Esperemos que se solucione pronto ―murmuró, mirando el reloj, que esta vez estaba situado sobre la puerta. Se estaba haciendo tarde. Si no se daba prisa, no llegaría a la comida―. Bueno ―dijo, cambiando el tono de voz―, creo que debería irme. Hasta mañana.

 ―Sí, hasta mañana, Liz.

 Sin tardar ni un segundo más, la mencionada, salió de la sala de profesores rápidamente, vacilando solo en su velocidad cuando se encontraba con alguien para saludarlo brevemente antes de seguir caminando para llegar al parking, donde estaba aparcado su coche junto a otros tres más. Sabía que uno de ellos era del jefe de estudios, el Dacia de color azul, pero ignoraba a quiénes pertenecían el resto.

 Sacó las llaves del bolsillo delantero del bolso para desbloquear el coche y abrió la puerta del conductor para entrar, dejando la bolsa en el asiento del copiloto e introduciendo la llave en el contacto. Arrancó y esperó a que la puerta del parking se abriera antes de salir

 Para su suerte, vivía en la misma ciudad en la que daba clases, por lo que no le tomó más de quince minutos llegar a su casa. Estaba en uno de los barrios nuevos, a las afueras de la ciudad. Liz y Oliver la habían comprado el mismo año en que se casaron a un precio bastante asequible para sus bolsillos, y solo desde el exterior daba una sensación acogedora muy reconfortante ―especialmente después de un día de trabajo como había sido aquel.

 Liz aparcó en el mismo sitio en que siempre lo hacía, justo detrás del coche de Oliver ―trabajaba por las tardes, por lo que no lo había usado aún ese día―, y entró en la casa, no sin antes saludar a un vecino.

 ―¡Hola! ―exclamó una vez estuvo dentro, y al instante un gritito de su hija le llegó desde la cocina. Liz soltó una risita mientras dejaba las llaves en el llavero antes de recibir a Lily, que la abrazó por las piernas en cuanto llegó hasta ella.

 Lily era justo como su madre. Pelirroja, con una nariz respingona y pecas esparcidas por el rostro, una sonrisa preciosa y una pureza e inocencia en el rostro que derretirían a cualquiera, y Liz la quería con todo su ser. Se quedó embarazada mientras aún estaba en la universidad y tuvo que compaginar los estudios con el embarazo y, más tarde, con la maternidad, pero tuvo suerte de contar con Oliver para ayudarla con todo eso.

 Su relación, en general, había sido muy precipitada y habían tenido que enfrentar muchos obstáculos y poner mucho esfuerzo en hacerlo funcionar, pero había resultado bien gracias al amor que ambos se tenían desde jóvenes ―el suyo era uno de los pocos romances de instituto que sí había perdurado― y el apoyo que recibieron de sus familias, tanto económico como moral.

 ―¿Qué tal el día, cielo? ―preguntó Liz a la vez que tomaba a la pequeña en brazos y le daba un beso en la frente. Entonces se dio cuenta de que las dos coletas que le había hecho ese día se habían despeinado, y no pudo evitar sonreír. Ella juraba que la peinaba y la arreglaba antes de salir de casa, pero su hija siempre se las arreglaba para terminar hecha un desastre muy adorable.

 ―Muy bien, mami. Ya he hecho tres amigos ―respondió la niña, enseñándole el número tres con sus pequeños dedos. El otro día aprendió a contar hasta diez, y desde entonces no había parado de hacer aquel gesto. Era tan tierna, y Liz estaba absolutamente fascinada por ella.

 ―¿Ah, sí? ¿Y te ha gustado el colegio? ¿Habéis hecho muchas cosas hoy? ―siguiendo diciendo la mayor mientras caminaba, aún con Lily en brazos, hasta la cocina, donde se encontró con Oliver preparando la comida

 ―Dice que han estado dibujando, ¿no es verdad, cielo? ―comentó él, mirando a las recién llegadas por el rabillo del ojo. Sonrió a su mujer antes de seguir con su labor.

 ―¡Sí! Yo he dibujado un dinosaurio, pero se ha quedado en el colegio.

 Liz dejó a Lily en el suelo, y ella al instante se marchó correteando hasta el salón, donde tenía un montón de piezas de construcción desparramadas por la alfombra. Liz se acercó a hasta Oliver para abrazarlo por la espalda. Apoyó la barbilla sobre su hombro y suspiró.

 ―Pareces cansada ―murmuró el hombre, girando la cabeza para dejar un beso en la nariz y otro en sus labios de Liz, que sonrió de lado y asintió.

 ―Un poco.

 ―Deberías echarte una siesta después de comer, entonces ―dijo Oliver―. No te preocupes, Lily también debe de tener sueño. Os dejo que me robéis la cama ―bromeó, sonriendo de tal forma que se le marcaron dos hoyuelos en el rostro.

 Eso sonaba bien, porque Liz no habría aceptado dejar a su hija deambulando por la casa sin una persona responsable cerca que la vigilara ―pues Oliver estaría trabajando y ella durmiendo. Y es que, a pesar de tener apariencia de angelito, Lily podía llegar a ser verdaderamente revoltosa si se lo proponía. No era mala niña, eso desde luego, pero sí demasiado activa, como un pequeño diablillo travieso. En eso se parecía a su padre más que a su madre. Y también tenía sus ojos, de color marrón chocolate.

 Y después de la comida podría decirse que el resto de la tarde transcurrió con normalidad. Oliver se fue a trabajar a las cinco, como siempre, y Liz y Lily estuvieron durmiendo en la cama matrimonial de la primera durante horas, lo cual fue un poco extraño porque rara vez Liz había tomado una siesta tan larga.

 Casi a las nueve y media, cuando el cielo ya se había oscurecido, Liz abrió los ojos por primera vez en toda la tarde, soltando un bostezo y alcanzando perezosamente su teléfono móvil, que había dejado en la mesilla de noche, justo al lado de la crema de manos que acostumbraba a echarse antes de irse a dormir. Desbloqueó el móvil y frunció el ceño al ver la hora que era. Miró a su izquierda, donde Lily estaba tumbada aún, con los ojos cerrados y las sábanas blancas cubriendo su pequeño cuerpo.

 Sonriendo, se acercó a su hija para despertarla con muchos, muchos besos y palabras dulces, como siempre hacía. La niña refunfuñó al principio, reacia a abandonar el mundo de los sueños, pero finalmente terminó cediendo cuando su madre empezó a hacerle cosquillas. Las risas de ambas inundaron la habitación, aunque tuvieron que interrumpir el momento cuando comenzaron a sentir hambre.

 Tras decidir que era hora de comer algo ―no esperaban a Oliver para la cena porque siempre llegaba tarde―, bajaron a la cocina, donde Liz calentó los macarrones a la boloñesa del día anterior que habían sobrado. A partir de ahí, empezaron los problemas.

 Mientras madre e hija comían tranquilamente, escucharon el ruido que hacen las sirenas de la ambulancia y de la policía en el exterior de la vivienda, y poco después, el sonido de un avión que había pasado demasiado cerca de la casa. Lily simplemente lo ignoró, absorta en los dibujos animados de la televisión, y Liz no le dio demasiada importancia. Quizás había habido algún accidente en alguna parte del centro, y justo había coincidido con la ruta de algún avión. Después de todo, vivían en Austin, la capital de Texas. Ese ajetreado ambiente era lo normal.

 Lo cierto era que Lily tendría que haberse ido a dormir pronto ese día, pues a la mañana siguiente tenía que madrugar para ir al colegio, pero después de la larguísima siesta que ambas habían tomado, ninguna tenía ganas de meterse en la cama a las diez y media de la noche, por lo que decidieron esperar a que Oliver llegara en el salón mientras veían la televisión. Normalmente era a las doce, o un poco antes si tenía suerte, pero ese día Liz recibió una llamada de su marido cerca de las once y media.

 ―¿Sí?

 ―¡Liz! ¿Estáis bien? ―La voz agitada de Oliver le respondió al otro lado del teléfono, con el ruido del motor del coche de fondo.

 ―Sí, cariño, estamos bien. ¿Por qué? ¿Pasa algo? ―preguntó la aludida algo confundida, saliendo al recibidor para evitar que Lily escuchase la conversación.

 ―¿Ha entrado alguien a casa o habéis visto algo extraño? No salgáis, ¿de acuerdo?

 ―No, ¿quién iba a entrar? Además, nos hemos despertado de la siesta hace solo un par de horas. ¿Vienes a casa ya? No son ni las once y media.

 ―Están pasando cosas muy raras, Liz. Ha habido un altercado en la planta trece del edificio y nos han mandado a todos a casa ―explicó. Sonaba muy alterado, razón suficiente para que la pelirroja empezara a preocuparse.

 ―¿Un altercado? ¿Y tú estás bien?

 ―Sí, sí. No te preocupes. Ya estoy llegando a casa-

 De pronto, la comunicación se cortó.

 ―¿Oli? ¿Oliver? ¿¡Oliver!? ―lo llamó Liz, sin demasiado éxito. Había colgado―. Joder.

 Liz pensó en salir fuera e ir a buscarlo, pero recordó que Oliver le había pedido que no lo hiciera, además de que no podía dejar a Lily sola. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué había actuado su marido de forma tan extraña? Además de preocupada, también estaba un poco asustada.

 Regresó al salón. Lily no se había enterado de nada, pero entonces la retransmisión se cortó abruptamente. No había señal y a su móvil se le había ido la cobertura. Seguramente por eso se había cortado la llamada con Oliver, pero eso no hizo que se tranquilizara, sino más bien todo lo contrario.

 ―¡Nooo! ―exclamó Lily haciendo un puchero y cruzándose de brazos.

 ―Creo que los señores de la televisión te están diciendo que te vayas a dormir ―bromeó Liz, intentando ocultar su inquietud y sonriendo a su hija, que bufó.

 ―No, mami, solo un ratito más ―pidió la menor, pero su madre negó.

 ―Venga, cielo.

 Liz cargó a Lily en brazos y apagó la televisión, en vistas de que esta no volvería a funcionar. Se dirigió a las escaleras con ella, asegurándole que no podría convencerla de dejarla despierta más tiempo, pero, de pronto, la puerta de la entrada se abrió, dejando ver bajo el umbral a un alterado Oliver, que tenía las llaves del coche en una mano y una pistola en la otra. Liz lo observó entre asombrada y asustada.

 ―¡Oliver! ¿Qué haces? ―inquirió en una exclamación.

 ―Tenemos que irnos. Ahora mismo ―ordenó, dando un paso hacia atrás, invitándolas indirectamente a salir de la casa.

 ―¿Qué? ¿Por qué?

 ―Tú no has visto lo que yo ―le aseguró el hombre. Fue en ese momento cuando Liz se percató de las gotitas de sangre que había en su cabello oscuro y en su camisa blanca.

 La pelirroja tragó saliva y miró a su hija en sus brazos, que no sabía si centrarse en su padre o en su madre. Lily no entendía nada.

 Liz suspiró y cerró los ojos un segundo antes de asentir. Escoltada por Oliver, salió al exterior. Se podía percibir en el aire que algo malo estaba pasando o estaba a punto de pasar. El barrio estaba demasiado silencioso, exceptuando los ruidos distantes de la sirena de la policía.

 ―Al coche ―urgió Oliver, abriéndolo a varios metros de distancia con las llaves. Sin hacerlo esperar, Liz corrió hasta la puerta trasera que daba al asiento donde estaba la silla de Lily, y la sentó y ató como siempre hacía antes de sentarse en el asiento del copiloto.

 ―Vale. Y ¿a dónde vamos? ―preguntó, poniéndose el cinturón.

 ―Hacia el norte. No podemos ir a otro sitio ―le respondió su marido, arrancando el coche y poniéndolo en marcha. Escucharon una explosión a lo lejos, quizás tres o cuatro manzanas al este de allí, y Oliver maldijo para el cuello de su camisa.

 ―¿Me vas a contar qué está pasando?

 ―No lo sé, Liz. Ojalá lo supiera. Pero todo eso de las noticias... Bueno, parece que ha ido a peor. La gente está... como si se les hubiera ido la cabeza. Están haciendo cosas raras ―le explicó a la vez que tomaba la calle de la derecha.

 Liz tragó saliva y bajó el tono de voz, mirando la pistola que Oliver llevaba al costado.

 ―¿Y l-la sangre? ―murmuró, intentando que Lily no se enterase.

 ―No es mía ―se limitó a decir Oliver muy seriamente―. Era él o yo, y él no habría dudado ―añadió un segundo después.

 Liz estaba... estaba... horrorizada. ¿Su marido había matada a alguien? Por el amor de Dios. Estaba sentada en el mismo coche que un asesino. El corazón le latía a mil por hora. Tenía que haber una explicación, pero se sentía incapaz de pensar con claridad. Ni siquiera entendía a qué se refería. ¿Él no habría dudado?

 ―¿Mami? ¿Papi? ¿A dónde vamos? ―preguntó Lily desde el asiento trasero. Liz se dio la vuelta y le sonrió para intentar calmar el ambiente.

 ―Tenemos que hacer un viaje, cielo. Puedes dormirte, ¿vale? Seguramente será largo.

 Lily apretó los labios pero asintió, no del todo conforme. Aun así, cerró los ojos. Liz volvió a sentarse bien y miró de reojo a Oliver, que conducía centrado en la carretera. No se atrevía a hablar, pero tenía muchas preguntas.

 Pronto abandonaron las calles relativamente tranquilas de las afueras de Austin para internarse en el centro de la ciudad, que era un completo y absoluto caos. Edificios ardiendo, colisiones de coches que habían volcado y mucha, mucha gente, todos corriendo de un lado a otro. Huyendo de algo, pero Liz no sabía de qué. Esquivar a todas esas personas era una tarea complicada, pero tenían que atravesar el núcleo urbano para llegar a la carretera del norte.

 De pronto, algo se abalanzó contra el vehículo. O, más bien, alguien. Liz se tapó la boca con las manos para no gritar cuando un rostro apenas humano le devolvió la mirada desde el capó, solo separados por la luna del coche. El hombre que tenía frente a ella ―si es que aún lo era― era extraño, un poco desfigurado, y estaba terriblemente pálido, con las venas más marcadas de lo normal y unos ojos carentes de humanidad. Oliver pisó el acelerador, logrando tirar a aquella persona por la velocidad y arrollándola en el proceso.

 ―A eso me refería, Liz ―masculló, apretando la mandíbula y las manos alrededor del volante. Tenía los nudillos completamente blancos.

 ―¿Cuántos más hay como él? ―preguntó, presa del pánico, la mencionada. Pasó saliva, intentando ignorar lo que acababa de suceder. El capó del coche gris tenía ahora una mancha roja en el centro, lo que hizo que Liz quisiera vomitar.

 ―No lo sé, yo he visto cinco y a uno de ellos tuve que... En fin, creo que hay bastantes. La infección se está extendiendo muy rápido y dicen que ya hay más de doscientos muertos.

 ―¿Y si también es así en el norte? ¿Qué haremos entonces?

 ―No lo sé, Liz.

 Y un par de instantes después, la onda expansiva de una explosión cercana hizo que el coche saliera volando por los aires, dejando inconscientes a sus tres pasajeros.

e p i g r a p h

❛ Odiseo, famoso por su lanza, se quedó solo;

ningún aqueo permaneció a su lado

porque el terror los poseía a todos.

la Ilíada Homero.

❝―El número de muertes confirmadas es superior a doscientas. El gobernador ha instaurado el estado de emergencia.❞

❝―Había miles y miles de cuerpos tirados por las calles...❞

❝―El pánico se ha expandido por todo el mundo tras un informe de la Organización Mundial de la Salud que indica que la última vacuna ha fallado.❞

❝―(...) con los burócratas fuera del poder, por fin podremos tomar medidas para proteger a los ciudadanos.❞

❝―La ciudad de Los Ángeles es la última que instaurará la ley marcial. Todos los residentes deberán presentarse a las zonas de cuarentena designadas.❞

❝―Los altercados siguen por tercer día consecutivo, y parece que la comida se está agotando.❞

❝―Un grupo, que se hace llamar los Luciérnagas, afirma ser el responsable de ambos ataques.❞

❝―Sus estatutos exigen que vuelvan todos los representantes del gobierno.❞

❝―Tras la ejecución de seis supuestos Luciérnagas, se han iniciado varias manifestaciones.❞

❝―Aún podéis alzaros con nosotros. Cuando estéis perdidos en la oscuridad, buscad la luz. Creed en los Luciérnagas.❞


❝los dioses tramaron desventuras para que
los hombres y las generaciones venideras
tuviesen sobre qué cantar❞

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro